¿Se moja la sangre?
La sangre y la lluvia, de Jorge Navas
La sangre y la lluvia, enmarcada en un cine de
género, que de a ratos funciona, se impone como una de las películas más
ambiciosas de los últimos tiempos en la cinematografía nacional.
Jorge
Navas, director y co-guionista, propone una visión turbia, caótica y confusa de
Bogotá: Calles oscuras, sombrías y desérticas; personajes distantes e
indiferentes y claro, el frío eterno que no falta en la capital.
Ángela,
adicta a los placeres urbanos de la noche, busca rellenar un vacío de amor (que
probablemente venga del pasado con su madre; la película no lo deja muy claro,
pero sí da unas pistas) con el sexo, las drogas y el licor.
Jorge,
un humilde taxista que se ve atrapado en una historia ajena a la cual no tiene
otra alternativa que enfrentarla.
Ángela,
después de un desagradable encuentro sexual, desesperada por un taxi, cruza su
camino con Jorge, quien después de una serie de extraños sucesos se convertirá
en su compañero de la noche.
Un
guión que con muy pocos cabos sueltos ofrece una envolvente y brillante
historia. La mayoría de la película transcurre en la misma noche. No hay
flashbacks. Vive el presente pero se apoya de las memorias y los recuerdos de
sus personajes.
Un
trabajo sin precedentes. Una asombrosa producción. Planos cuidadosamente
ejecutados y con toda la carga técnica del cine de suspenso. Una fotografía, a
cargo del talentoso Juan Carlos Gil, increíble, espectacular y brillante.
Los
planos donde la acción se concentra en el retrovisor de los carros son
maravillosos y el constante juego con la luz urbana y la lluvia es simplemente
perfecto. El metraje, repleto de giros dramáticos (a veces creíbles, a veces no
tanto) se arma como un espectacular ejercicio de cine de género.
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