Saber Cine

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domingo, 30 de agosto de 2015

LA CONTENCIÓN DEL CONFLICTO

La Ciénaga, de Lucrecia Martel


Un breve análisis al guión de la película.


El buen cine contemporáneo (y moderno) ha demostrado que para hacer buenas películas no hay reglas. Que una historia tiene que tener un conflicto claro y delineado parece ahora un mito.  El conflicto ahora ha sido moldeado de diferentes maneras (favorecer al intelecto, cubrir las emociones fuertes, incrementar los enigmas y las tensiones que pueden no llegar a resolverse) que, a mi juicio, dan mucho más poder a las historias y enriquecen las narraciones, saberlo todo es muy aburrido.



La Ciénaga, ópera prima de la gran cineasta argentina Lucrecia Martel, es fiel prueba de esos nuevos tratamientos que desligan a las historias de las obligaciones arquitramáticas, las enriquecen y les dan un fuerte poder de libertad.

Desde el comienzo, la película entra rompiendo estructuras. Alcanzamos a ver las tres primeras secuencias y todavía no hay claridad narrativa de hacia donde va la historia. Seguimos entrando en un mundo, no sabemos de qué va la película.
El principio de La Ciénaga es increíble. Nos metemos a un mundo que parece absorbido por el tiempo. Nadie entiende lo que pasa, eso solamente pasa. Los niños parecen los adultos de esta historia, parecen ser ellos los únicos que pueden salir de la brecha temporal en la que están los adultos.

Estamos ante estructuras que caen. Vemos (y sentimos) decadencia y eso es La Ciénaga: un pasmo donde nunca comprendemos del todo las acciones, solo vemos un torbellino sacudir todo hasta dejarlo en trizas.

En la película, cada escena tiene su propio peso, es reveladora o cumple la función de afirmar o enriquecer el mundo que se crea ante nuestros ojos. Juntas van sumando a construir sensaciones.

El conflicto en el filme es tácito, está construido a partir de detalles que enriquecen el  ritmo narrativo y dejan ver una estructuración narrativa muy cuidadosa y estudiada.
La película va del conflicto externo al interno. Además, es un conflicto plural: cada personaje tiene su propia batalla (desde el más chico, hasta la más grande).



Hay un evento que surge como detonante de la narración en la película: Mecha tiene un accidente. Eso congrega a tres familias y Martel nos muestra un poco de cada una de esas cotidianidades y cómo los lazos familiares contienen ese sentimiento de vacío, de pasmo, de desintegración. El guión se impulsa tanto de la casualidad como de la causalidad.

Lucrecia Martel pone los problemas en la superficie, los menciona, los muestra, juega con ellos un ratico, pero hasta ahí.  Dispone al espectador a estar en un estado activo. Su narración abunda de guiños de acciones, guiños narrativos que dan poder a lo que al final podríamos construir como historia. A medida que pasa la película la información se va revelando, lo que permite que haya siempre una secuencia lógica de los hechos y el tiempo.

Martel construye ese mundo de a pedazos, coge verdades y las va uniendo. Lo más rico y  bello de todo el filme es que nunca exagera, nunca coge su resaltador y subraya “lo que tenemos que ver”. Como dicen sus personajes: “cada uno ve lo que puede”.

La Ciénaga privilegia los tiempos muertos, “vemos las cosas como son”. Aprovecha la desdramatización para crear un contenido bastante orgánico y una noción de realismo. Hay una cercanía con los hechos como pasan en el documental. El espectador se enfrenta a una pieza que, por encima de todo, plasma vida.

La película se trata de un filme coral. No hay protagonista. Los personajes simplemente aparecen y por escenas se vuelven motores de acciones, motores para que la narración avance. Lucrecia Martel nos muestra lados de sus personajes, no los juzga y nosotros, como espectadores, los pensamos y les damos un lugar en la historia y en nuestro mundo.

Martel se vale de una doble capa donde se construye la historia que vemos y luego lo que ella insinúa. Los diálogos son maravillosos. Siempre hay una carga narrativa que impulsa los hechos y aborda tanto a las acciones que vemos como  a lo que no vemos y la construcción del subtexto de toda la película. Se vale del recurso de “no terminar” las escenas. Como  espectadores solo entramos a una pequeña parte de ese mundo (que no siempre es la más alborotad o importante).

Sin embargo, todas las escenas son piezas del mismo rompecabezas. Todas tienen cualquier detalle que las une con las demás, con lo que ha pasado y con lo que va a pasar. Lo que hace el guion de Martel (que es increíble) es poner las cosas como en la superficie (como todas las hojas que nadie recoge de la pileta) donde tenemos tanto la posibilidad de verlas como de ignorarlas. La película es decadencia contenida y todas las herramientas visuales de la película (desde el guión hasta el sonido) pretenden impulsar esa sensación.



La Ciénaga es un drama familiar con todo el poder del mundo. Una radiografía sobre lo más complejo de este mundo: las relaciones humanas. No es lo que cuentas, sino como lo cuentas. El filme es una obra maestra que (re)debate toda ley de la arquitrama (sin nunca olvidarla). Martel combina muy bien su propio estilo; ese deseo de una búsqueda narrativa diferente y los principios clásicos de la narración.

¡Gran filme!



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