Stranger Than Paradise, de
Jim Jarmusch
En 1984, el director estadounidense Jim
Jarmusch se convierte en una proeza y una reconocida figura de la filmografía
mundial al ganar, en el Festival Internacional de Cine de Cannes, la Camera
D’Or por su segunda película, Stranger
Than Paradise. A ese importante reconocimiento lo apoyarían después el
Leopardo de oro a Mejor película en el Festival de Cine de Locarno y el premio
especial del jurado en Sundance.
La película, escrita y dirigida por Jarmusch,
representa ciertas intenciones narrativas del director expresadas ya en su
ópera prima, Permanent Vacations.
Vemos seres sin un rumbo claro, aburridos, hombres sin consuelo, condenados –
por ellos mismos- al desaliento y al aprisionamiento. También, como en su
anterior obra, hay diferentes guiños cinéfilos y referencias culturales que le
dan una riqueza a la propia narrativa del filme.
Willie, un emigrante de Budapest, que reniega siempre de sus
orígenes y detesta hablar y escuchar su idioma natal, debe recibir, en su
diminuto apartamento neoyorquino, a su prima, Eva, que acaba de llegar de
Hungría mientras su tía, que vive en Cleveland, termina con un procedimiento quirúrgico.
Willie, no tiene intención alguna de recibir
a su prima. Su plan de hospedaje consiste en aburrirla, ignorarla y, por supuesto,
gritarle mientras él se divierte con su amigo Eddie, estadounidense de
nacimiento. Estos tres personajes no hacen más que dormir, fumar y esperar a
que algo verdaderamente interesante pase. A excepción de Eva, que parece ser,
de los tres, la que mas aflora sus sentimientos, Willie y Eddie, son unas
rocas, como si tuvieran miedo de expresar lo que piensan y sienten.
Diversos acontecimientos: la falta de dinero,
la pereza y el aburrimiento eterno y la realización que, en realidad, Eva, les
alegraba los días hace que Eddie y Willie se embarquen en un road trip, donde
lo que más desean es que se cumpla la esperanza que un lugar diferente lo
cambiará todo. La vida, por supuesto, no es así y lo que les espera es el mismo
mundo desértico y fantasmal, donde apenas un puñado de gente se divisa en las
calles y los grafitis, la comida rápida y la televisión marcan la monotonía de
sus vidas. El destino acordado es Florida pero antes hacen una parada para
conocer Cleveland y de paso llevar a Eva a Miami.
Stranger
Than Paradise es una
historia sobre Estados Unidos visto por los ojos de unos extraños, es una
historia sobre el exilio (el exilio de la patria y el exilio de uno mismo) y
sobre las conexiones que, apenas, pasan desapercibidas. Y es, a su vez, una sátira/crítica a la
idealizada sociedad donde todo el mundo va a encontrar su sueño.
La película tiene un ritmo pausado, es como
sus personajes: poco racionales, desapegados de todo, extraños. Nosotros, como
espectadores, contemplamos la historia en tres grandes capítulos: “El nuevo
mundo”, “Un año después” y “Paraíso”; a su vez vemos fragmentos, escenas, sin
cortes (lo que para la producción implicó una coreografía entre los actores y
la cámara y que todo, a su vez, se volviera tan orgánico como la realidad) y
siempre miradas desde lejos, y luego fundido a negro. La película fue rodada a
blanco y negro, con unos diálogos bastante acertados y muy bien afinados, son
punzantes y conjugan perfecto con el ritmo que lleva la película.
La historia, que al parecer no tiene un
conflicto aparente nos va mostrando la evolución de estos tres personajes
durante su viaje de búsqueda a sí mismos. Para Eva son unas vacaciones y para
Willie y Eddie es perseguir el presentimiento que los hará ricos. Sin embargo,
la narrativa de la historia parece “explotar” al final del metraje, dándole la
oportunidad crucial de vida, la oportunidad que estaban esperando, a sus
personajes. Se definen a ellos mismo gracias a ese cúmulo de situaciones que
pasan rápidamente.
Stranger
Than Paradise es un relato
más cercano a la realidad, prioriza los “tiempos muertos” y lo anecdótico se va
dejando de lado. Es un manifiesto sobre seres perdidos, seres que en el mundo,
su segunda oportunidad significó dejar de ser, todo eso a través de los ojos de
Jarmusch, que nos dice que esos cambios son impuestos, que nos dejamos llevar.
Nos advierte.