Saber Cine

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jueves, 15 de octubre de 2015

Foxcatcher, el efecto shock

Foxcatcher, el efecto shock



Bennet Miller, quien apenas guarda tres películas bajo su brazo,  crea Foxcatcher, un film que resulta tan poderoso, sombrío e increíble como los mismos sucesos que se narran. Y no por nada este cuidadoso y notable ejercicio se alzó con el premio a Mejor Director en el festival de Cannes del 2014.

El filme es una ostentosa y poderosa disección a las relaciones humanas, al poder, la ambición, el odio y el control. Y, como a manera de cuña, es una radiografía al otro lado del sueño americano, al interesante, al que no tiene luz.

Foxcatcher resulta un trabajo preciso y concreto lleno de detalles sobre la construcción de mundos aislados, regidos por los deseos oscuros del ser humano. Por eso, el empleo de los recursos del lenguaje y las posibilidades que tiene el director para hablar y crear sentido resultan fascinantes: el marcado de actores es tan contundente que como espectadores siempre estamos atendiendo a una entrega de información con cualquier mirada o movida de un brazo; la duración de los planos, que siempre nos restringe a la rigidez, que nos encadena a ese mundo y que poco a poco vemos como todo evoluciona para explotar.




Hay, sobre todo, dos escenas que resultan poderosas y de alguna manera encierran el poder de todo el filme, condensan todas las emociones: cuando DuPont puede hacer por fin el duelo con los caballos de su madre resultan magistrales esos casi dos minutos de contemplación de un hombre que va caída al infierno y no tiene vuelta atrás; luego, más tarde en la película, vemos a DuPont en un plano fijo observando, abatido, un documental sobre él mismo. Su mundo se vino encima. La gran metáfora de la película.




Foxcacther es oscura, rígida. Una mirada al mundo sin tapujos, es esconder la luz de la esperanza, es el triunfo del arte. Es reconcer un mundo al quiebre, en picada y que, al mismo tiempo, no resulta ajeno, es el efecto shock.