Saber Cine

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viernes, 16 de diciembre de 2016

Nocturnal Animals, de Tom Ford, ¿Frivolidad?


Nocturnal Animals, de Tom Ford, ¿Frivolidad?



La segunda película de Tom Ford, primero diseñador de modas, luego cineasta, que ganó el premio del jurado en el pasado Festival de Cine de Venecia, se mueve entre un cuadro de relaciones fracturadas, un suspenso en clave de un western actual y el frenético y ampuloso mundo del arte y el lujo contemporáneo.




El inicio ya deja entrever el interrogante con el que titulo este texto: ¿será la película puro show frívolo o poco diciente o será una película digna de llamarse cine? La duda continuará, incluso después de que rueden los créditos.

Resalta lo que parece ser característica del cine de Ford: Opulentos decorados, locaciones, vestuarios. La elegancia y el cuidado de todo ese trabajo, sin embargo, no está a la hora de filmar: hay secuencias llenas de planos que parecen no tener ningún asunto narrativo que cumplir, están para rellenar y distraer. Empieza uno a reclamar en Tom Ford un poco de paciencia para disfrutar su arte y criterio para la abundancia de planos.

Cuando a la protagonista del film, Susan (una fluctuante Amy Adams), le llega un manuscrito de una novela próxima a publicar de su antiguo marido, Edward (Jake Gyllenhaal), que saca, inmediatamente, al pasado de su sitio, la película se transforma en una historia de “un relato dentro de otro relato”. Presenciamos una pareja (Susan y su actual esposo, un soso y aburrido Armie Hammer) que aún tiene mucho por solucionar y que no se atreve a hacerlo, y que, entre tanto lujo, las grietas, aunque escondidas, parecen el adorno más usual. Estamos ante unos personajes acezando una vida que dejaron pasar.

La novela que llega, en cambio, presenta una familia más o menos unida que cambia radicalmente con el encuentro de unos desaforados y energúmenos jóvenes. Sobresalientes momentos de tensión desembocan en el predecible desenlace de los hechos y la aparición de un investigador misterioso. Lo turbio entra a jugar un lugar importante y las fronteras entre lo legal, lo correcto y lo ilegal se difuminan cada vez más.

La película logra contrastes interesantes entre ambos relatos, comparando sus acciones y con ayuda de las propias imágenes que el director pone en escena. Puntos que permiten que ciertas hipótesis sobre quién es quién en lo que vemos puedan ocurrir. Sin embargo, son hilos muy sueltos y, a veces, estos contrastes resultan artificiales, impuestos.



Detalles del corroído pasado de la relación entre Susan y el novelista, su primer esposo, van apareciendo. ¿Se está volviendo moda representar  el pasado mezclando las imágenes de los recuerdos con el sonido del presente? Llegan escenas que parecen acomodadas para ser discursos de ciertos temas que maneja la película. Sin embargo, no hay evolución suficiente para saborearlos de verdad.
Va aclarándose la niebla: parece que el aglutinador de todo el desenfreno narrativo de la pluma de Ford es el arrepentimiento. Lo que logra la película es resaltar con notable ejecución las huellas de decisiones que se tomaron mal y que el tiempo no ha, al parecer, podido solucionar. Las heridas siguen abiertas, al menos para algunos.

El arte contemporáneo vuelve a dar señales de vida: se huelen una ciertas burlas, unas ciertas “críticas” que involucran el sector laboral de Susan, que se siente cada vez más alienada en su cotidianidad, cada vez más arrepentida de su nebuloso pasado.





Sin duda, la relación de Susan y Edward por fuera de la novela, el relato más interesante, queda absorbido por la desenfrenada narración, atrapada en las barras del género, del padre que se carcome en la culpa porque cree que pudo haber hecho algo para salvar a las mujeres de su vida y que busca una frustrada venganza.


Nocturnal Animals resulta una experiencia no muy lejana del disfrute y del deleite estético.  Se le podría acusar de repetitiva: las mismas ideas parecen aflorar durante la película, sobretodo en ciertos diálogos que repiten la imagen. La presentación que se hace del personaje de Amy Adams, por ejemplo, era suficiente, la escena que le sigue, con ese despilfarro de diálogos que pretende ubicarnos sin pierde en los límites de la historia, resulta superfluo y redundante. Sin embargo, parece que el cine de Tom Ford hace el esfuerzo para ser tomado en cuenta, para ver luz después de que terminen los créditos, aunque las dudas continúan. Parece que entre tanto desenfreno narrativo y estilístico triunfa el desengaño, el sin sabor. Al final parece haber un olvido rotundo por la “gran narración” y la posible conexión entre las historias resulta tan dispareja que hace pensar para qué había otro relato dentro del relato.


Una posible tregua con los hechos, con el tiempo, aparece como solución pero la película ha decido ya nombrar un “ganador”. Sin embargo, la perspectiva dramática que tanto exigía la película queda mutilada. Nada resuena con nada.