Saber Cine

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jueves, 17 de noviembre de 2016

Arrival, de Denis Villeneuve

En Arrival nos encontramos con la reivindicación de un género tan desprestigiado en nuestra época a causa de todos los dudosos remakes que lo acechan sin descanso.
Bajo la pasiva, detallada y oportuna mirada de Villeneuve, la ciencia ficción no es la misma, recibe un rotundo vuelco para tratar que nosotros, los espectadores, no despeguemos, en sus casi dos horas de duración,  los ojos de la pantalla.




Arrival empieza con el pie derecho porque tiene un consistente guion, que nunca pone en duda las leyes del mundo que crea y donde todas las acciones están cargadas de la mística y el suspenso propias del género. Además, es una lección de cómo hacer giros sorpresas, cómo sembrar pistas para concluir con un revelador final que haga parecer que valió la pena toda la espera y la atención dedicadas a la película.

El estilo del director viene y va entre todo aquello que lo ha obsesionado desde su fascinante dúo de primeras películas: Un 32 de agosto sobre la tierra (1998)  y Maelström (2000).  La cierta espiritualidad y mística que rodea nuestras relaciones con los demás; el misterio para descifrar la felicidad de la vida y el amor. Todo al final se encuentra en el amor.

La manera de enfrentar las emociones de sus personajes por medio de las imágenes y sus relaciones con los demás por la inmediata yuxtaposición de planos es de admirar en la lente de este singular canadiense. Atención también a la ingeniosa manera cómo la película presenta el meollo de la narrativa (la secuencia en la clase donde se pensaba enseñar el origen del portugués), cómo explora e impulsa el suspenso y la sorpresa y cómo desarrolla los sueños, el pasado y el futuro.


Aunque podría acusarse a Villeneuve de haber perdido una marca de estilo y cierta sensibilidad,  que se veía en las dos películas ya mencionadas, por “venderse” a títulos “encargados” o de una factura mucho más industrial (Prisoners, Sicario, la misma Arrival y una secuela de la mítica película Blade Runner),  Villeneuve muestra a Arrival como prueba fehaciente que es un gran director y que su manera de registrar el mundo, así sea a través de hechos poco probables, sigue siendo vigente y poderosa, llevando su película casi un metro por encima de la realidad y aprovechándose de todos los recursos que tiene a su mano: La espectacular Amy Adams, la soberbia fotografía de Bradford Young, el potencial de conflicto que supo rastrear en el guion de Eric Heisserer y, por supuesto, la monumental manera de ensamblar todo de Joe Walker.

A la película hay que rescatarle diferentes cosas: la primera es que cumple a cabalidad con las expectativas del género (hay un cierto análisis -un poco light, por supuesto-  a la sociedad de hoy) y, al mismo tiempo, la película las moldea a su antojo, sin que se sienta pretencioso o exagerado. Desde la construcción de aliens que nos presenta hasta, y aquí va lo mejor de la película, el tratamiento al ya milenario tema del Tiempo y sus posibilidades de manipularlo para sacarle cierto provecho. Acá se encuentra uno con una propuesta maravillosa, que imprime todo el potencial sentimental de la película y que hace que quien escribe estas líneas haya estado, en esas últimas secuencias, con la emoción a flor de piel.



En definitiva, Arrival pisa fuerte en el terreno de la ciencia ficción y logra exponer los dilemas propios del género vistos desde un punto de vista refrescante y visionario. Una película donde se agradece que descanse su poder en la sobriedad de sus hechos, en menos explosiones, en la fuerza de las relaciones que presenta, en el poder de sus personajes y en el decantado estilo de un director que busca con su cámara rastros de humanidad.