Foxcatcher, el efecto shock
Bennet Miller, quien apenas guarda tres
películas bajo su brazo, crea
Foxcatcher, un film que resulta tan poderoso, sombrío e increíble como los
mismos sucesos que se narran. Y no por nada este cuidadoso y notable ejercicio
se alzó con el premio a Mejor Director en el festival de Cannes del 2014.
El filme es una ostentosa y poderosa disección a las relaciones humanas, al poder, la ambición, el odio y el control.
Y, como a manera de cuña, es una radiografía al otro lado del sueño americano,
al interesante, al que no tiene luz.
Foxcatcher
resulta un trabajo preciso y concreto lleno de detalles sobre la construcción de
mundos aislados, regidos por los deseos oscuros del ser humano. Por eso, el
empleo de los recursos del lenguaje y las posibilidades que tiene el director
para hablar y crear sentido resultan fascinantes: el marcado de actores es tan
contundente que como espectadores siempre estamos atendiendo a una entrega de información
con cualquier mirada o movida de un brazo; la duración de los planos, que
siempre nos restringe a la rigidez, que nos encadena a ese mundo y que poco a
poco vemos como todo evoluciona para explotar.
Hay,
sobre todo, dos escenas que resultan poderosas y de alguna manera encierran el
poder de todo el filme, condensan todas las emociones: cuando DuPont puede hacer
por fin el duelo con los caballos de su madre resultan magistrales esos casi
dos minutos de contemplación de un hombre que va caída al infierno y no tiene
vuelta atrás; luego, más tarde en la película, vemos a DuPont en un plano fijo
observando, abatido, un documental sobre él mismo. Su mundo se vino encima. La
gran metáfora de la película.
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